Se debe subsidiar la cultura? Analizando al FCE

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“Vida, Libertad, y Octavio Paz?”

La serie de entrevistas organizadas por el Fondo de Cultura Económica (FCE) al presidente Enrique Peña Nieto dieron mucho de que hablar en varios temas, uno de los puntos de discusión que nacieron del evento fue la labor del FCE, de manera específica: ¿Qué tiene que hacer el FCE organizando entrevistas al Presidente? Resulta extraño que una institución dedicada a labores de difusión cultural realice este tipo de eventos, muchos se preguntaron si no es una señal de partidismo y promoción indebida del Presidente, y si el FCE había sido infiltrado y corrompido, y por consiguiente, ¿Cómo salvarlo?; el columnista Leo Zuckermann fue más allá al preguntarse por que existe el FCE en primer lugar, y si era momento de cerrarlo.

Como era de esperarse las críticas no tardaron en llegar, como bien menciona Zuckermann la labor del FCE es dudosa, no hay mucha explicación para la existencia de una institución pública dentro de un mercado donde la iniciativa privada se encuentra haciendo un buen trabajo. Pero la defensa al FCE iba más allá que solo un análisis de resultados, es cuestión de ideología.

Para ciertos sectores de la población el FCE representa una victoria ideológica, es un icono del “Estado Social de Derecho”, en el que el gobierno se adjunta responsabilidades más allá de la protección de la vida, libertad y propiedad de los ciudadanos e intenta velar por su bienestar, en especial por aquellos a los que el mercado les ha fallado. El FCE, por lo tanto, se lanza al rescate intelectual de las clases pobres.

Esta postura, aún cuando fallida en mi opinión, resulta muy útil para mi intención con este artículo: En una sociedad cada vez más guiada por un utilitarismo tácito, es importante detenernos a pensar sobre las implicaciones filosóficas de cada acto, siendo el FCE un ejemplo perfecto.

Creado en 1934, el Fondo de Cultura Económica nace con un fin apegado a su nombre, el de “difundir los textos fundamentales en materia económica”, mismo que rápidamente se expandió para incluir la promoción de las artes en general. El objetivo era claro: El mercado no está satisfaciendo el fin mencionado con suficiente eficiencia, por lo tanto el Estado tiene que encargarse.

A primera vista, y a medida en la que se cree el argumento a favor, el FCE parece ser una institución noble, una que solo necesita planchar sus recientes arrugas, sin embargo, existen peligrosas implicaciones dentro de su existencia, todas originadas de su carácter como institución pública.

La influencia que pueda ejercer una instutución privada en la sociedad rara vez llega a niveles preocupantesd debido a que carece de carácter coercitivo, la gente puede decidir si deja que esta afecte su vida. En el caso de una casa editorial privada, esta tiene plena libertad para publicar lo que quiera, dándole preferencia a cualquier libro por razones de línea editorial o por lucro, ninguna es preocupante, ya que aún si es parcial a una ideología en específico, nadie se encuentra obligado a hacer negocios con ella, y si tiene fines de lucro simplemente le da a la gente lo que quiere.

Por otro lado, la labor de una editorial pública muy diferente, primero que nada, al no tener fines de lucro, no puede basarse en simples análisis de mercado para decidir que publicar, sino tiene que ir más a fondo y ser más estricto, definir términos, he aquí el problema.

La vida académica y cultural florece en lo privado; en lo privado la definición de “cultura” no existe, al menos de manera universalmente aceptada, mucho menos análisis cualitativos sobre si una obra es más importante o superior que la otra, abundan opiniones pero todo se revuelve dentro de un denso ambiente de subjetividad, donde mucho se dice pero poco se acepta. Lo mismo pasa con la ciencia, en especial la economía, una semana de lectura en cualquier ámbito es suficiente para entender que muy pocas cosas son aceptadas y reconocidas por la totalidad de los expertos del área, pero esto no es algo malo, sino todo lo contrario, el proceso de posición y oposición es vital para el desarrollo de la ciencia.

Para fomentar la cultura, el FCE tiene que tomar muchos pasos cuestionables, primero que nada el definirse a sí mismo que exactamente es la cultura, posteriormente deberá tomar esa definición de “cultura” y encontrar las obras que se adecúan a la misma, ignorando las que no; posteriormente tendrá que calificar estas obras y publicar las que considere como mejores, debido a que no puede publicar todas, idem con el área científica; estas son las mismas preguntas que frecuentemente se responden en el sector privado,  pero con una grave diferencia.

Cuando un ente privado responde estas preguntas, tu eres completamente libre de estar en desacuerdo, a no comprar lo que publique y a limitar el grado en que esa publicación puede afectar tu vida personal. Cuando lo hace el FCE esto no es posible. El FCE representa al gobierno, y la opinión del gobierno es coercitiva, puedes estar en desacuerdo con la FCE, pero eso no evitará que use parte del dinero que pagaste como impuestos para su financiamiento, incluyendo el subsidio a esos libros que representen la respuesta a la que te opones.

La respuesta del FCE abre camino a más preguntas: ¿Es la cultura subsidiada por la FCE superior?, de no serlo, ¿Por qué subsidiarla?, o peor aún, ¿Qué pasa con la cultura no subsidiada? ¿Es inferior? ¿No merece ser fomentada? ¿Debería ser ignorada o prohibida?

El FCE tiene un poder que nadie de nosotros tiene: la capacidad de imponer una “verdad”. El lector que no esté suficientemente convencido del peligro que esto representa solo tiene que dirigirse a la Unión Soviética, a la Alemania Nazi, Cuba y China socialistas, y a menor medida a los Estados Unidos durante la época del Red Scare. En cada uno de estos ejemplos el gobierno abusa de su influencia editorial para difundir propaganda a favor del gobernante en turno, con resultados desastrosos. El que crea que eso no puede pasar aquí está invitado a revisar el control del PRI sobre los contenidos de la SEP durante la mayor parte del siglo pasado, o bien, regresar en el tiempo dos semanas, y recordar que el FCE organizó una serie de entrevistas promocionales a Enrique Peña Nieto.

La existencia de instituciones editoriales de carácter público es un arma apuntada a la cabeza de la libertad de prensa y de expresión. El Fondo de Cultura Económica realiza, en el mejor de los casos, una labor errónea, en el peor, una labor maligna, y por tanto debe ser eliminado antes de convertirse -¿Aún más?- en un instrumento propagandístico al servicio del gobernante en poder.